Cuentos de Tokio: la vejez en el cine

Cuentos de Tokio: la vejez en el cine
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Análisis de Cuentos de Tokio. Una de las películas más bellas de Yasujiro Ozu y una de las mejores películas sobre la vejez.
-Debe estar muy solo ahora que su esposa ha muerto.
-Sí… los días son muy largos cuando uno está sólo. De haber sabido que estaba tan mal me hubiera comportado mejor con ella estos últimos meses
Cuentos de Tokio (1953)
Este diálogo es un extracto de las últimas líneas de Cuentos de Tokio (1953), una de las películas japonesas más reconocidas por el público y la crítica internacional, además de ser una de las películas que prueban cómo el buen cine no necesita de movimientos de cámara o efectos especiales. En mi opinión personal la considero una de las mejores películas que he visto en mi vida y cuanto más leo sobre ella y más veces la veo más preguntas me hago sobre los temas que trata y más me emociona esa intimidad que nos muestra.
Que elija esta película para hablar de la vejez no es aleatorio, pues nos permitirá adentrarnos en otros temas que siguen tan vigentes como a mediados del siglo pasado como son la resignación, la resiliencia y las relaciones entre padres e hijos. Como apuntan en el coloquio sobre la película que el programa Qué grande es el cine presentado por José Luis Garci, algo tiene que pasar a principios de los cincuenta para que en un año se hagan tres películas que tratan sobre la vejez y que se pueden considerar como grandes obras de la historia del cine. La primera de ellas en la italiana Umberto D (1952) de Vittorio de Sica; la segunda es Vivir o Ikiru (1952) de Akira Kurosawa y, la tercera, Cuentos de Tokio (1953) de Yasujiro Ozu.
En mi opinión, a pesar de que las tres son muy buenas películas, el filme de Ozu tiene algo que lo hace especial. No sabría decir con exactitud que tiene esta película que la hace diferente pero creo que tiene que ver con el estilo Ozu y su manera de rodar. Para hablar de esta director nipón usaré el trabajo de Mark Cousins, historiador del cine y escritor de Historia del cine, quien ha señalado su admiración por su obra y, en especial, por Cuentos de Tokio.
LA SEGUNDA EDAD DE ORO DEL CINE NIPÓN
Cousins expone que Japón comienza a recuperarse de la Segunda Guerra Mundial en la década de los cincuenta, cuando el consumismo estadounidense se instauró en los más jóvenes. De hecho, en 1955, sólo diez años después de la rendición, los mandatarios japoneses declararon el fin de la posguerra. El cine japonés ya se había abierto al mundo en 1950 con el éxito de Rashomon (1950), por la que Kurosawa consiguió el primer Oscar para el cine nipón. Si bien Kurosawa era el más moderno de los directores japoneses, la influencia de los Estados Unidos y su estilo de vida iba a penetrar en los directores más tradicionales, como Ozu, quien a finales de los cincuenta rodó Buenos días (1959), donde unos niños obsesionados por tener televisión en casa se ponen en huelga para que sus padres le compren un televisor.

Para Cousins la segunda edad de oro del cine japonés se inicia en 1953, año en el se estrenan tres películas de gran importancia en la cultura japonesa: Cuentos de la luna pálida de Mizoguchi, La puerta del infierno de Kinugasa; y Cuentos de Tokio de Ozu. Este último director es considerado como el más japonés de los grandes directores japoneses, eso que sus películas no transcurrían en el japón feudal, las conocidas como Jidaigeki, en las que se catalogarían películas tan populares como Los siete samurais, Yojimbo y el anime Kenshin, el guerrero samurai. Sin embargo, Ozu crea películas que se centran en la vida doméstica del Japón de su tiempo. Son películas que de forma errónea se tildan como aburridas, lentas e, incluso se puede llegar a la conclusión de que la sencillez de las mismas sea por la falta de maestría a la hora de rodar. Todo lo contrario. Es esa falsa sencillez que hace de Ozu uno de los directores más reconocidos y queridos por los cinéfilos.
En el blog EL PESO DEL AIRE le dedican una entrada cuyo título dice mucho del cine de Ozu: «el director de lo cotidiano». En esta se diferencian dos etapas en la filmografía del director. La primera, muda y centrada en la vida estudiantil y extraescolar de personajes jóvenes, donde ya empieza a incluir planos de la vida cotidiana que se volverían una marca de autor. Una segunda en la que se tratan las relaciones familiares, sobre todo entre padres e hijos. Es en esta donde se encuentran los filmes más populares del director, en parte porque muchos de los filmes mudos se perdieron, y en parte porque encadenó una serie de obras maestras como Primavera tardía (1949), El comienzo del verano (1951) y Cuentos de Tokio (1953), todas ellas sobre el tema de la vida familiar y todas ellas con la actriz Setsuko Hara, la conocida en Japón como la eterna virgen, quien es un símbolo de esta segunda edad dorada del cine japonés. Una curiosidad cinéfila: la actriz se retiró de la profesión de forma repentina el año en que Ozu murió (1963), llevó una vida de reclusión e inspiró a la protagonista de la película de animación Millenium Actress (2001), filme de Satoshi Kon que recomiendo a todos los interesados en la historia del cine japonés.

El estilo de Ozu puede parecer simple por su gusto por la cámara estática, como si estuviésemos viendo una obra de teatro, sin embargo la composición del plano es a la vez compleja, bella y comunicativa. Son en estos planos inmóviles en los que el director muestra su buen hacer a la hora de comunicar lo que quiere. En el artículo del diario El País titulado «Lecciones de cine y vida del maestro Ozu» se expone el meticuloso cuidado que ponía en los pequeños detalles a la hora de la composición del plano y su gusto por la cámara baja. Esto último es uno de sus sellos de autor: el espectador parece estar sentado a la manera tradicional japonesa, de rodillas. Esto lo conseguía al situar la cámara en un trípode muy bajo que se usa para cocinar arroz, un okama no futa. Esta posición baja de la cámara se acomodaba a la perfección al ritmo de las películas de Ozu, pues invita al espectador a contemplar, como si fuera un miembro más de la familia, las conversaciones que los personajes tienen en el salón que hace de dormitorio, en las ceremonias de los funerales, bodas, o en la manera tradicional de tomar sake. Esto, junto con una trama y diálogos tan cotidianos, da una sensación de intimidad que pocas veces se siente en el cine occidental.
A pesar de ser planos estéticos, los carga de objetos que simbolizan tiempo y movimiento como relojes, abanicos, trenes, barcos y personajes en movimiento que con sus diálogos crean una escena naturalista capaz de emocionar al espectador más duro, y es que los diálogos de sus películas contienen un gran peso emocional, que encuentran en su cotidianidad la manera de conectar con el público de todo el mundo.
El plano es la palabra. Yasujiro Ozu escogió para mostrarnos su mundo palabras cargadas de quietud. Quietud para un mundo cambiante, para una realidad mutante, para el arte del tiempo y el movimiento. Quietud para mirar de frente, ética y estéticamente. El quietismo como expresión máxima del rigor escénico.
Artículo de Miguel Yanez para miradas.net » Centenario de Yasujiro Ozu. Cuentos de Tokio. La quietud de la mirada»

Ozu fue, al igual que los directores nipones más conocidos (incluidos los actuales), un director muy prolífico, pues llegó a dirigir 53 películas, las 26 primeras en sólo cinco años, y eso que durante la Segunda Guerra Mundial estuvo destinado en China y fue hecho prisionero en Singapur. Se murió a la temprana edad de 60 años de cáncer, en el momento en que su cine se empezaba a conocer y popularizar en Occidente y sin conocer el reconocimiento mundial que gozaría en la industria cinematográfica, salvo por una retrospectiva de parte de su obra en el Festival de Berlín dos años antes de fallecer.
CUENTOS DE TOKIO
El argumento de Cuentos de Tokio es sencillo si tenemos en cuenta la profundidad de las reflexiones que permite. Un matrimonio de ancianos, los Hirayama, deciden viajar desde su hogar en Onomichi, donde viven junto a su hija pequeña, hasta Tokio para poder visitar a dos de sus hijos que viven en la capital y, de paso, conocer a sus dos nietos. Antes de que lleguen a instalarse en la casa de su hijo mayor, un humilde médico de familia, su estancia ya acarrea algunos problemas a la familia, pues ven cómo sus planes se ven alterados por la llegada de los ancianos.

A pesar de que la película carece de personajes «malos» al uso, se puede ver que los nietos pecan de egoístas, como si un símbolo de la ocupación estadounidense se tratase. No obstante, son los hijos los que muestran que no tienen tiempo para atender a sus padres, ya sea por trabajo o por otros compromisos. Todo ello de la manera más directa y honesta, sin que ninguno de los personajes se anteponga a otro. En el coloquio antes citado de Qué grande es el cine se opina que esta honestidad es una muestra de la tolerancia entre dos generaciones: la de los ancianos, que educaron e inculcaron los valores de respeto y trabajo a sus hijos, pero que llevaron el país a la guerra; y la de los hijos, quienes murieron en la guerra e hicieron actos horribles, y que ahora optan por el estilo de vida Occidental y dejan de lado los valores nipones más tradicionales.
La única interacción profunda que tienen los ancianos con los nietos es cuando la abuela sale a pasear con los dos nietos quienes han sido obligados por sus padres para ello. Entre las quejas del mayor de los niños, en el cual se hace visible la impaciencia de la juventud y su egoísmo, la abuela pregunta al más joven acerca de la profesión que quiere ejercer en un futuro, pero este parece estar absorto en sus juegos, y es la abuela la que se contesta: «Quién sabe donde estaré yo cuando seas mayor». Es una secuencia llena de ternura por parte de la abuela, pero a la vez cargada de dolor; un dolor mostrado de forma directa y si exagerar. La abuela acepta que morirá antes de ver a su nieto convertido en un adulto, mientras que el nieto es demasiado pequeño e inocente como para percatarse del sentimiento de su abuela.

Sólo hay un personaje joven que parece tener en cuenta a los ancianos. Esta es Noriko (Setsuko Hara), la viuda de uno de los hijos que aún sigue anclada en el recuerdo de una época pasada, la de la guerra, donde el estilo de vida americano era detestado. Noriko no pone pegas a pedir días libres en el trabajo para poder hacerse cargo de sus suegros; al contrario, ella demuestra con frecuencia lo feliz y orgullosa que se siente de poder estar con ellos y enseñarles Tokio, una ciudad que no está hecha para los viejos.
Los hijos deciden enviar a los padres a un balneario donde creen que los padres podrán descansar y ellos se libran del problema de tener que acompañarlos. Sin embargo esta idea tan idílica está lejos de ser real, pues el balneario no es ni mucho menos un lugar donde los ancianos pueden descansar, sino que es un lugar donde la gente trasnoche, bebe y juega. Esto se hace evidente en una de las secuencias más bellas del filme, cuando, tras pasar una primera mala noche, la pareja llega a la conclusión de que lo mejor que pueden hacer es volver a su casa en Onomichi, que ya han visto a sus hijos y no quieren molestarlos más. Esta escena tiene una planificación preciosa, con la pareja mirando al mar, donde se aprecia que la mujer está enferma, pero el espectador tiene la duda de que sea fruto de no haber descansado lo suficiente. El marido se preocupa por ella, pero no se acerca a levantarla, sino que es la mujer quien se levanta con las pocas fuerzas que tiene, en un gesto que se puede interpretar como un ejemplo de la fortaleza japonesa.

Tras regresar desde el balneario hasta Tokio queda claro el descontento de la hija mayor por volver a estar pendiente de sus viejos padres. Como no quieren molestar a sus hijos, el matrimonio de ancianos decide pasar la noche en casa de su nuera Noriko, la joven que tan bien los cuidó. Mientras que esperan a que Noriko regrese del trabajo Ozu nos ofrece uno de los pocos movimientos de cámara que hay en la película. Este es un lento y simple travelling que nos permite ver a los ancianos que esperan en la calle mientras comen. Resulta difícil no emocionarse ante la situación de unos viejos que no tienen lugar en la nueva sociedad japonesa de los cincuenta. En el citado artículo de miradas.net, ensalza la emoción que produce este plano y se pregunta sobre el motivo del mismo:
«Algo tuvo que infligir esa herida formal, algún motivo que parece oculto, o tan solo transparente. Qué es lo que hace merecedora del movimiento la presencia dulce y tranquila de Shukichi y Tomi, abuelos de la gran familia. ¿Existe alguna relación entre la soledad y desamparo que experimentan y la insularidad del plano?».
Artículo de Miguel Yanez para miradas.net » Centenario de Yasujiro Ozu. Cuentos de Tokio. La quietud de la mirada»
El Japón tradicional no encuentra su sitio y si lo encuentra lo hace a medias. Noriko comparte apartamento y sólo tiene espacio para su suegra, quien dormirá en el futón, de su hijo fallecido. Al marido, el padre de los hijos, sólo le queda la opción de buscar alojamiento en la casa de un antiguo amigo, pero acaba borracho con este y otro antiguo compañero mientras tienen una conversación en la que sale a relucir el resentimiento que tienen hacia sus hijo, quienes sienten que les han defraudado; a la vez que se preguntan de si no es culpa suya, por haberles exigido demasiado.
A pesar de que, tanto los hijos como los padres, tienen motivos para enfadarse los unos con los otros, no se reprochan nada. Eso es algo característico de las películas de Ozu, donde los personajes aceptan su vida tal y como es, sin quejarse o esperar algo a cambio. Son personajes que viven su vida amparados en diferentes valores, pero todos ellos nobles, que los llevan a cumplir con su responsabilidad, con un alto grado de resilencia.
La anciana no quiere causar más problemas a sus hijos, de los que se siente orgullosa porque los ve felices y con una familia a la que sacar a delante. Tras aconsejar a Noriko que olvide a su hijo para que pueda disfrutar de una nueva vida, les pide a sus hijos que en caso de que le pasara algo no se preocupen por ella, como si ya supiese que su fin está cerca.
Los ancianos, durante su viaje de regreso a Onomichi, aprovechan para visitar a un hijo que vive en Osaka que tendrá un papel destacado al final de la película. Ya en casa la madre, quien había manifestado su satisfacción por poder ver a todos su hijos a pesar de la atención recibida, se pone enferma. Esto no lo vemos de manera directa, pues nos enteramos a través de las conversaciones telefónicas que tienen los hijos de Tokio, los cuales debaten si acudir a visitar a su madre o atender sus quehaceres diario y esperar a que no sea algo tan grave.

Los dos hijos de Tokio llegan poco antes de la muerte de la madre. Una muerte que se muestra de manera natural, sin dramatismo: se muere sin darse cuenta, de madrugada. El hermano de Osaka llega después de que la madre fallezca, algo que también le pasó al director, pues Ozu, que había dedicado gran parte de su vida a cuidar de su madre, no llegó a tiempo para estar con ella en los últimos instantes de su vida, al creer que no estaba ta grave. Una vez más se muestra el valor que los japoneses dan al trabajo. Un valor que les impide estar con sus seres queridos.
Durante el funeral el hijo de Osaka muestra
su dolor, pero no tarda en olvidarlo en cuanto decide volver ese mismo día a su hogar, al igual que los hijos de Tokio, y dejar al padre que se acaba de quedar viudo. Es curioso el diálogo que tiene la familia tras el funeral, pues se mezclan recuerdos de la madre y disputas por la herencia, al igual que se puede ver la influencia de Occidente, pues el hijo de Osaka decide volver regresar antes porque quiere acudir a un partido de béisbol. De nuevo, la nueva sociedad japonesa invadida por la cultura estadounidense, antepone sus intereses a las tradiciones y la familia.
El final de la película llena de serenidad al espectador, que siente como la película tiene un mensaje que cala hondo en el ánimo del que es invitado a tal reflexión sobre la vida. De nuevo es Noriko quien se queda unos días con el padre y la hija pequeña (Kyoko), la cual siente rabia al observar el comportamiento tan egoísta de sus hermanos. Es aquí donde se produce uno de los diálogos más sinceros del cine. Cuando la hermana pequeña hace saber su disgusto ante la manera de ser de sus hermanos Noriko le responde que no se lo tome a mal, que ella también actuará igual en un futuro. Los hijos crean una familia y se separan de los padres. Aquí llega un golpe de sinceridad:
Kyoko: La vida es tan decepcionante.
Noriko: Sí, lo es.
Al poco tiempo que le sigue la película le acompaña la sensación del paso tiempo, planos de trenes barcos, la vuelta al trabajo y la conversación entre el anciano viudo y Noriko, a quien anima a rehacer su vida y olvidar de una vez a su marido fallecido. El final no puede ser más natural, bello, directo y desgarrador: el anciano se queda sólo en la casa, mientras mira la vida pasar y acepta la vida y tal y como es.
POSIBLES DEBATES
La película da para abrir una notable cantidad de variados debates sobre los siguientes temas:
- Las relaciones padres e hijos. ¿Deben cuidar los hijos de sus padres? Esto es un tema muy actual porque la población, al menos en los países europeos, está envejeciendo de manera rápida.
- La situación de los mayores. La soledad a la que se enfrentan. ¿La sociedad no es para los ancianos?
- ¿Hay que respetar las tradiciones o adapta nuevas?
- La resiliencia. La capacidad de adaptarse a las condiciones, como habilidad y síntoma de fortaleza mental.
Ángel Cuesta
BIBLIOGRAFÍA Y DOCUMENTACIÓN
- Cousins, M., Historia del cine. Ediciones Blume (2004)
- Schneider, S. (2006). 1001 peliculas. Barcelona: Grijalbo.
- Yasujirō Ozu. (2018). Retrieved from https://es.wikipedia.org/wiki/Yasujir%C5%8D_Ozu [Consultado el 29 de Agosto de 2018].
- Yañez, M., (2003), Miradas de Cine, «Centenario de Yasujiro Ozu: La quietud de la mirada» , https://web.archive.org/web/20080602132625/http://www.miradas.net/0204/articulos/2003/0311_ozu2.html [Consulrado el 30 de Agosto de 2018].
- Belinchón, G., (2007) El País, «Lecciones de cine y vida del maestro Ozu] En línea : https://elpais.com/cultura/2017/12/02/actualidad/1512200306_967543.html. [Consultado el 30 de Agosto de 2018].
- Presentación y coloquio Qué grande es el cine: Cuentos de Tokio.
Magnifico trabajo